jueves, agosto 04, 2011

ESCAPANDO DEL DIABLO..... CAPITULO PRIMERO

El capi está contando el dinero. Mil, dos mil, tres mil, cuatro mil. Un disparo se oye sobre el paisaje en medio del campo. Las portezuelas de las camionetas suenan. Dos pares de pies bajan corriendo. La madrina que estaba detrás de un arbusto fumando un cigarro se abalanza sobre El diablo, deteniéndolo con ambos brazos de las piernas.
El diablo, totalmente desquiciado, le apunta en la cabeza y suelta un disparo. La madrina no ha muerto, sigue aferrado a sus piernas. Otro disparo se oye en este bellísimo atardecer, alterándolo todo. La madrina queda tirado sobre un  enorme charco de sangre. Falló en su misión de cuidar al Capi, su eterno vicio de un cigarrito, lo distrajo, un momento que resulto fatal.
Capi, con la mano ensangrentada, con un agujero en medio de la cabeza, recostado en el interior de una camioneta desvalijada, alcanza a mandar una alerta de su radio. Se desmaya casi inmediatamente. Los pájaros que hace un momento volaron alto del  mezquite cercano, asustados de los balazos, regresan y se instalan de nuevo, entre sus altas ramas, recibiendo la sombra refrescante de la tarde.
El negro corre y corre y corre, no se detiene a ver a nada ni a nadie. Corre por su vida, corre desesperado, corre casi 30 minutos sin descanso, sin voltear atrás. Sin querer nada más que escapar. No sabe a donde se ha ido El diablo. Decide, irse a la frontera en ese momento.  Es su única escapatoria.
El diablo, se aleja lentamente, llevando el arma todavía caliente en su mano izquierda. No se da cuenta que tiene sangre en el rostro y las manos. Camina  resueltamente.  Se dirige a enterrar el arma, se quita la camisa para limpiarse la cara. Toca  el dinero que le quitó al Capi de las manos. Se detiene junto a una huizachera y se inhala un envoltorio de coca.
35 minutos después el celular de la Güera suena, suena y suena. Ella se está bañando. No lo contesta. El diablo se desespera y avienta el celular al suelo. –Pinche Vieja, murmura. Camina como león enjaulado entre los contornos de su pequeña habitación, a obscuras, mientras esta lijándose las manos.
-Quiubo, dice El fantasma, al entrar al cuarto donde se encuentra El diablo.  
-Que bueno que llegas cabrón. Ve y buscate a esa pinche vieja. Dile  que se venga contigo de inmediato, sino quiere caminarle te la traes de las greñas. Dame las llaves de mi camioneta que tengo que salir de viaje. Ahorita que regreses te voy a dejar a cargo de la casita, vendiendo los dulces y a cargo de las otras perras. 
-Como digas Diablo-, responde El fantasma desconcertado al ver al Diablo desnudo dentro de una habitación a obscuras, lijándose las manos. No tiene idea que pueda estar ocurriendo, pero conociendo a ese cabrón loco, mejor le apura para traerse  a la Güera, que acaba de salir de bañarse y se esta vistiendo, cuando El fantasma llega.
-Güerita,  el Diablo quiere verte. Andale apurate no lo hagas esperarte. Anda como loco. No se que le pasa, pero no es el mismo de hace rato.  Esta desnudo dentro de su cuarto, lijándose las manos. No se que chingaos trae, pero mejor no lo provocamos.
-Voy queridito, ahora que querrá ese cabrón -contesta la Güera poniéndose una blusa blanca  y amarrándose el pelo mojado con una liga de colores.
-No se muñeca, pero pícale que es capaz de balacearnos a ambos sino llegas de inmediato a su presencia.
-Vamos pues,  a ver que le ha picado al Diablo esta vez.
El diablo los está esperando  ya con un pantalón negro puesto, y una camisa anaranjada. Se cambió los tenis que traía por botitas de piel de rana, exóticas y caras.  Los hace pasar y los sienta a ambos al borde de la cama.
-Fantasma, -inicia El diablo-, te vas hacer cargo de La Casita por un tiempo. No sé la duración, pero si será un buen rato. Te voy a encargar a las otras perras para que me las cuides como tú ya sabes. Que le sigan entrando a la venta de dulces y que también le caigan con los capis. Me vas a estar mandando el dinero a donde yo te diga.
Con la mirada clavada en la Güera, escrutándole cada centímetro de su rostro, El diablo, les empieza a describir como mató a El capi y La Madrina. No omite detalles y les informa que quemo la ropa que había utilizado, que ya se borró la huella de ambas manos y  que se dispone a enterrar el arma homicida en un lugar donde  solo él conoce. La Güera hace un esfuerzo sobre humano por no quebrarse y no mostrar ni siquiera la mínima emoción de tristeza. El diablo le  ordena a ella recoger sus cosas más indispensables para estar lista en la madrugada, hora en que se va ir con él de la ciudad.
El Diablo sale de La casita con rumbos desconocido a bordo de su camioneta blanca con placas gringas. El fantasma baja para hacer inventario de los dulces que todavía tienen. La Güera con  el alma quebrada camina imperturbable hacia su cuarto, pensando a donde va a dejar a sus dos chamacos.
Al entrar a su habitación, toma a sus hijos para llevarlos una tía lejana. Algo dentro de ella piensa que será la última vez que los verá, los bendice con mucho cariño antes de dejarlos en un lugar totalmente desconocido para ellos.  Los niños de 8 y 10 años, ven alejarse a su madre en medio del camino polvoriento, con el ocaso a cuestas.
Dos médicos de salarios estrátofericos  están operando al Capi  dentro de un pequeño quirófano.  El balazo perforó mandibula derecha, nariz,  lóbulo frontal izquierdo y cráneo posterior izquierdo. Tiene muerte cerebral. No hay casi esperanzas. Capi, lucha por dentro por recuperarse, lucha cuatro horas, y a las nueve de la noche pierde la batalla.
Sus compañeros están desconcertados. Llegaron lo más pronto posible al lugar de la agresión, no tenían ni una sola pista sobre el móvil o motivo.  Lo único que tenían era una  vieja camioneta desvalijada estacionada debajo de un mezquite, en donde encontraron en el asiento del piloto a El Capi  desangrándose con su arma guardada y La Madrina afuera del vehículo, tirado en medio del campo, con un balazo en el rostro y otro en el cráneo con salida en la mandíbula ambos.
Son casi 25 uniformados. Ninguno sabe porque ha ocurrido.  No tienen la menor idea. El capi y La Madrina eran profesionales, expertos policías, ambos tenían entrenamiento de supervivencia en cualquier circunstancia. Para la investigación se toman fotos, resguardan el lugar de la siempre curiosa prensa.  Se toman huellas, al final del día, cuando El Capi expira, no se tiene nada de nada.
A solo unos minutos de la muerte de El capi, suena el celular de El Galán. Le esta marcando La Güera y no quiere contestarle, deja que suene muchas veces el teléfono móvil, por fin a la veinteava vez, contesta.
-¿Qué paso mija, en que puedo ayudarte?
-Galán, mataron a El capi  y la Madrina esta tarde. Yo sé quién fue. Pero tienes que ayudarme. Tengo miedo que me mate a mi también, por favor ayúdame. Necesito verte ahora. Nos vemos afuera a La Oficina en 15 minutos. No les digas que yo te llamé.
El Galán  con algo de dudas en su cabeza, llega en 10 minutos a La Oficina. La Güera ya se encuentra ahí.   Esta vez no se besan y no sonríen como siempre que tienen un encuentro. Esta vez, él la toma del brazo y la sube  a su vehículo oficial.  Se asegura que nadie los haya observado y maneja en dirección al basurero municipal.
Detiene el vehículo en un callejón obscuro bajo la luz de las estrellas, se escuchan miles de grillos distraídos que buscan aparearse, ajenos al drama humano.  El galán no sabe si creerle a la Güera o si es solo una trampa para cazarlo a él también. Le sudan las manos.
La Güera se quiebra, se le cae la fortaleza hasta el otro lado del planeta. Le cuenta al Galán todo lo que sabe del Diablo y El Fantasma. Reproduce exactamente lo que les dijo a ambos esa misma tarde. Le advierte que planea fugarse solo en unas horas.  Llora desconsoladamente y le pide ayuda. Teme por sus hijos. Sino va con El Diablo, este irá tras ellos para que ella acceda a cualquier cosa.  Tiene miedo por su propia vida. Si el Diablo acabo con El capi y La Madrina, ella no tiene la mínima esperanza.
El Galán escucha atentamente, y sabe que es verdad lo que ella le ha dicho. Pues ha descrito con mucha exactitud las heridas de muerte de ambos compañeros. No duda de sus palabras ni de su quiebre, y le parece genuino su temor, sus lagrimas, la imploración por la protección de sus hijos.
El galán solo tiene una sola idea en la cabeza, le da vueltas y vueltas al tema. Le inquieta saber que es El diablo quien mató a El Capi, ambos eran amigos, conocidos de muchos años,  socios en múltiples negocios chuecos, más que compañeros, víctima y victimario eran cómplices.